Un lunes con fe.


Sin interrupciones va mi pensar perdiéndose en la odisea de un día soleado.
Mi soledad es la artífice de mi ocio y me obliga al peregrinar por el techo de este cuarto que me describe muchas noches de insomnio y otras de sueños profundos que quisieran no terminaran pero una tenue alarma lo acaba. Comienzo a estirar mi cuerpo de manera puntual y aviento las sabanas para quedar al descubierto de este día que será largo y arduo. Todavía la obscuridad  me deja reposar un rato más las ideas  que hacen un resumen mesurado de lo acontecido un día antes  y me rio de incongruencia de muchos y la cordura de pocos pero que se le puede hacer si la imperfección reina y esta se debe de tomar de manera natural como si fuera la primera taza con café de la mañana.
Me levanto y converso sin tapujos con aquellos objetos que me acompañan preguntándoles por lo que esperan en ese lugar que les asigne con toda determinación y con la certeza que lucen de maravilla, el trayecto a la regadera se hace eterno y pareciera que mi toalla fuera mi bandera con la cual pido paz a la batalla que ni siquiera ha comenzado.
Las primeras gotas caen sobre mi insignificante cabellera y en ese momento reacciono sin hacer más dramas y me doy cuenta que el cielo no tiene ni una nube que le estorbe y eso me entusiasma mientras la jabonadura cae sobre mis pies  durante minutos.  La prisa se adueña de mi busco la camisa que combine con el pantalón gris y poso frente al espejo como si fuera a la boda de mi mejor amigo cosa que ocurrirá un día de estos, situación que me pone depresivo al saber que desaparecera por completo de mi vida y todas nuestras anécdotas estarán resguardad en una hemeroteca.
Me unto la crema suficiente para no padecer de la molesta resequedad, me paso el desodorante de forma magistral consintiendo a las axilas y después un atomizador impregna mi torso de un olor a maderas. Al parecer  estoy  listo mientras mis pasos van de un lado a otro admirando mis zapatos que cautivan como si fueran un par de espejuelos y la camisa se va acomodando sobre mis hombros y grito hoy será un estupendo día. Me pongo las gafas y termino de abotonarme para después salir corriendo.
El inusual silencio no era típico en aquel lunes, se me hacía extraño tanta quietud, no escuchaba nada en el departamento de arriba ni un repentino movimiento, observo el calendario y ratifico que no es un día feriado, en segundos me estreso y mi ansiedad era evidente, comencé  a sentir como mi cara hervía y sentía un ligero mareo, quise reír pero solo di un puñetazo inconsciente al calendario que se sostenía en la pared de la aquella estancia, el dolor se hizo presente y mi coraje tomaba una gravedad incontrolable y todo porque me di cuenta que era un hermoso domingo, donde por obviedad no debo quitarme  la pijama y mi tragedia llego al clímax cuando me observaba con esa camisa blanca sin arruga aparente y aquel pantalón que me invitaba a la formalidad cuando no era un día preciso para mostrar diplomacia.
En ese momento me quite hasta el ultima prenda que llevaba puesta pareciera era mi forma de quejarme ante tal injusticia, solo sentía como aquellos objetos se burlaban de mí y la indignación ya era mínima cuando vi aquella cama que me decía ven a mí y pues accedí a tremenda petición para despertar minutos después por unos timbrazos que no cesaban y eran aquellos que me querían obligar a creer en la fe, pero esa mañana de domingo  ya la había perdido.

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