Crotalaria longirostrata.
Es una
típica mañana donde todos los ingredientes están en esa pequeña mesa y en esa
cocina donde el humo del tabaco se escapa haciendo formas inimaginables.
Aquella masa reposa sobre la cazuela de barro en espera de la manteca y el
caldo de pollo, los huevos cocidos son rebanados con prisa, los chiles morrones
lucen ansiosos, las ciruelas pasas quieren dar el toque dulce, las aceitunas
son la sal de tan suculento platillo, el pollo desmenuzado emana ese olor que
provoca un hambre voraz. Aquellas manos comienzan a escoger las hojas de
plátano que son idóneas para la envoltura de los tamales para la celebración
familiar mientras el mole adquiere la sazón con esos toques de tortilla dorada,
galletas, chocolate y otros secretos.
Pero en
un rincón de este lugar lleno de aromas y sabores esta un tazón con camarones y
esa hierva de olor peculiar y sabor incomparable, esas hojitas tan diminutas que complacen al paladar sin compasión, esa
delicia llamada chipilín que brota en tierras chiapanecas y se expande por
Centroamérica científicamente es llamada
crotalaria longirostrata esta esperando para revolverse con esa masa con un par
de camarones tomando un suculento aspecto con la salsa roja preparada con
chiles y jitomates para envolverse de manera amorosa y precisa.
Las
ollas están listas para recibir un ciento de tamales y después de unas cuantas
horas serán devorados por aquellas bocas que no paran de masticar cada trozo
con singular impaciencia, apurándose para comer no importando que las posturas
se descompongan y los cinturones aprieten, los rostros siempre son de
satisfacción y gozo, el momento es único y se congelaran en fotografías que se
quedaran para posteridad.
Que
bonito es saber que después de la travesía en el mercado de la Merced todos
están con la barriga llena y el corazón contento, esa dedicación de escoger los
mejores ingredientes toman un valor incalculable porque forjan instantes en
familia que no morirán jamás pase lo que pase. Esos pasos dados por corregidora,
manzanares, Jesús María y anillo de circunvalación no serán en vano porque son
parte del majestuoso momento culinario que en mi mente quedan grabados como sus
ojos, sus uñas recién pintadas, su cabello teñido, su carácter fuerte y
emprendedor.
¡¡¡ Que
ricos tamales!!! Se escucha en aquella
mesa redonda mientras los tenedores hacen su labor y llevan tremendos bocados a
su destino final. Los platos van y viene sin cesar parece una caminata por las
calles de Madero, palma, monte de piedad, cinco de febrero, Pino Suarez como
las que habitualmente damos sin cansarnos recordando cuando esa bella mujer
llego de su natal Tapachula para quedarse en esta caótica ciudad y formar una
maravillosa familia que se resume en sus espectaculares guisos y estos exquisitos
bultos de maíz condimentados con pasión y bondad.
Pero
esos tamalitos de chipilín esos que solo son hechos para mí, los resguardo con
sigilo para que ninguna hilera de dientes intente morder ni de manera
accidental un pedazo de camarón, es una cosa que no se come todos los días
entonces mis ojos no se cansan de ir a ver que
mi tesoro este completo anhelando un momento de soledad para escudriñar
entre la hoja de plátano y dejar escapar ese olor que me enloquece y me
paraliza ante una taza de atole de fresa, caigo en un grado de inconsciencia
indescriptible, es un momento de culto a la gastronomía , a mi madre y sus
tantas recetas de vida que nos hacen sobrevivir en este mundo de dimes y
diretes, matándome el hambre de forma delicada y serena.
El
festín esta consumado cuando sobra hierva para un rico caldo provocando otro
sobresalto a mi estómago que está lleno de recuerdos y muchos estragos.
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