El festín de los caracoles.
El caracol que tantos obstáculos ha
superado, ahí va paciente esperando que la lluvia caiga para que la vida se refresque
y encuentre el sentido amable de esta naturaleza impredecible. Es así como los
seres humanos tenemos el derecho de equivocarnos las veces que sea necesario
para obtener la experiencia que nos haga encontrar el temple para continuar y
ser felices.
También hay que estar conscientes de
nuestras acciones y no justificar que estamos aprendiendo para darle la vuelta
a la situación y en el fondo ratificar
que estamos flaqueando de nueva cuenta. La
vida es maravillosa si comprendemos que la sinceridad es una oportunidad para
crecer y no para dividir o sentirse señalado, por eso debemos ser pacientes
ante las tormentas y los días soleados.
Seamos precavidos con esos pensamientos
obscuros y esas perspectivas toxicas cuando es evidente que no somos perfectos
pero tenemos la capacidad para reconocer que circunstancias no repetir y
perdernos en ese laberinto donde los rostros se deforman, la desesperación es una constante y las voces se distorsionan
porque tememos a la verdad de la realidad.
Las calamidades pueden ser exorbitantes
cuando dejamos que nuestra mente se debilite por nuestros miedos y contadas
limitaciones, siempre busca ese carácter con hambre de conquistar sueños y
satisfacer nuestro plan de vida con una sonrisa plena. Las alegrías son
recompensas que llegan en el momento indicado y estos debemos prolongarlos
compartiendo nuestra riqueza espiritual. No perjudiquemos esos caminos que con
tanto esfuerzo hemos realizado e incorporemos a nuestro andar todo aquello que
nos motive hacer mejores personas.
Cada quien hace de su tiempo lo que quiera,
cada quien ve la vida pasar a su antojo, cada quien decide que hacer público y
que queda en el ámbito privado. No es necesario llamar la atención cuando somos
únicos e irrepetibles. Que las cabezas que no tengan razón que se quemen en el
intento de un escape que se disolverá con una crueldad insostenible al amanecer
y observar que han dejado de hacer tantísimas cosas simplemente por esa pereza
que se ha enrolado en su existencia. Esos caracoles que ocupan el tacto para encontrar
lo que los mantenga con esas agallas para sobrevivir en un mundo de peligros así
se van describiendo historias que pueden ser pasajeras, efímeras, ridículas o escalofriantes,
así se van desarrollando de forma lenta como el paso del caracol despreocupado
por lo que pasara en este jardín con tantos pies que pueden ser su verdugo.
Poco a poco vamos llegando al lugar
indicado y nuestro equipaje va siendo básico para adaptarse a las travesías y a
los contextos, de esta manera vamos descubriendo nuestros puntos débiles y los
que tienen mayor fortaleza para tomar riesgos para introducirnos en un espacio
con un aire envenenado por severos juicios y palabras erróneas. El olor a la
tierra mojada nos persigue y nos avisa que pronto la lluvia nos acompañara y el
festín de los caracoles comenzara dejando vida a su paso después de ciertos
encuentros cercanos reafirmando que los ciclos siempre continuaran para
propagar la proliferación de la naturaleza que ignoramos por lo material.
Alguna vez me dijeron que no entrara en la
impaciencia y que hay que saber esperar esos tiempos que en lo personal no son
perfectos pero son exactos para llevar a cabo lo que el destino pretende con
nuestra sutil esencia e impulsarnos al universo donde todo puede ser
inesperado, donde quizá no existan las diferencias, donde el ego muera para ser
un abono idóneo y crear un mundo inimaginable, donde quizá no nos podamos ver
por la transparencia con la que viviremos pero con aquel sentido perplejo para
observar como unos caracoles van tomando camino sin rumbo fijo y disfrutar de
la lluvia sin complejos.
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