Los hijos del dolor.

 

Te limpias las lágrimas, después de pensar toda la noche sin poder pegar los ojos, has tomado una decisión que te cambiara la vida, tomas esos trapos que dices llamar ropa, metes tus libretas de apuntes, de poesía y tu anecdotario en aquella maleta donde presuntuosamente este bordado tú nombre. Esperas que den las siete de la mañana y haya luz en aquella avenida repleta de eucaliptos y el humo de las ladrilleras. Todavía recuerdas como esas patadas entraron directamente a tus piernas y partes nobles, no pudiste hacer nada, te sentiste humillado. Ese fulano te amenazo y tú madre no dijo ni media palabra mientras se sobaba la barriga.

¿Por qué ira tan de prisa?, voltea hacia todos lados como si quisiera evitar que lo vieran, esta calle que tiene su furor, su picardía, su voz estridente, será como un desierto, ya no lo veremos correr tras el balón y enterarnos de cada gol que pasa entre la piedra y el borde de la cera. Que semblante tan triste, no le importa pisar los charcos, parece una huida, que retador salir con este frio y sin algo que amortigüe la sensación térmica congelante. Ojalá me equivoque y en la tarde escuche esos gritos que anuncian un festín de balonazos, algo que anuncie una equivocación en esta loca cabeza.

Treinta pesos te acompañan, suficientes para llegar a la casa donde te criaron, donde creciste con lujos, siendo el consentido, no sabes que explicación darás cuando te vean. Callaras como si alguien te hubiera cortado la lengua, miraras esos ojos que te ven como un hijo, le pedirás en silencio que las preguntas paren y que solo te de una cálida bienvenida después de todo lo que has vivido en los últimos meses. Querrás cerrar los ojos para poder descansar y esperar que se den cuenta que ya no estas, que ya no estarás, quizá provoques unas contracciones por coraje o porque ya es tiempo.

Que has hecho Manuel, mi hijo se ha ido y todo por exigirle lo que a ti te corresponde, Cuando llegaste a esta casa dijiste que te harías cargo de mí y de mis hijos, ahora resulta que ellos te deben dar santo y seña y hasta ayudarte económicamente para mantener este barco, que se está hundiendo. Laura, comprende que alguien debe apoyarme, que las cosas no marchan como pensábamos, que los proyectos se han venido abajo, me ofusque, pero sé que volverá, no tiene otra salida, cuando vuelva hablare con él.  No sé en que estabas pensando, ni su padre le levanto la mano, imagínate, si va con mi familia a pedir ayuda y cuenta que estoy embarazada, la que se va a armar, no tendré cara y todo por creer en tus palabras.

No diré nada. En el fondo tengo miedo, estoy confundido, pero me siento a salvo en esta casa, creo tome una buena determinación, es doloroso cortar de tajo mi futuro como laboratorista o futbolista, pero no voy a permitir que me sobajen de esa forma, que un tipo se encumbre de poder cuando no se ha dado a respetar. Mi madre tan dócil, dejo que me golpeara, bueno hace un par de días me dijo que era una decepción por reprobar trigonometría. En algún momento se tendrán que enterar, pero por ahora no. Quiero paz, quiero comenzar una vez más, necesito saber cómo se va acomodando toda esta historia que apenas comienza.

Te sientas en la sala, observas cada muñeco de porcelana, observas fijamente las flores blancas. Recorres con la mirada aquel barandal de madera como si fuera infinito, recuerdas que es el fondo repetitivo en cada fotografía familiar. Esperas que cruce la puerta y te abrace, necesitas refugiarte en su pecho, oler el Paloma Picasso en su piel, sentir que sus labios se desbordan sobre tus mejillas, quieres escuchar esa voz peculiar, sentir como la tela de su vestido se convierte en un gran pañuelo, quieres que tus manos se entrelacen con la tuyas y sentir esa conexión inefable, que de alguna manera te retuerza de forma agreste para que puedas escupir todo lo que está en tú interior, ese sentimiento de rechazo, esa ignominia que te persigue, porque no entiendes lo que pasa, lo que acontecerá.

Que vamos a hacer son las diez de la noche y no da señales de vida. Le diré a Apolinar que mueva sus contactos, no te preocupes el cabron de tu hijo tendrá que darte una explicación, no puedes estar con preocupaciones, ya mero nace Andresito y no quiero haya complicaciones y te advierto que, si las hay, no tendré piedad. Dile a Adela que prepare la cena y deje de llorar por su hermanito, de seguro nos hará lo mismo, así son tus hijos de problemáticos.  

Nunca dije lo que paso. Se enteraron meses después. Comencé de nuevo y lejos de todo aquello que construí, las llamadas son esporádicas, he rellenado muchas hojas de papel con sucesos, he dejado de fumar, he sentido la muerte, he seguido llorando por quien me dio un abrazo incondicional y ahora ya no está, me sostengo de lo que me queda, me desvanezco cada vez que alguien lee lo que escribo, no me rindo, tuve que salir de mi trinchera, retomar mis pasos, abandone lo que fue mi hogar, me establecí en un punto pacifico, hay aromas que no se olvidan, ya no huyo, esas manos ancestrales y paternas me siguen cuidando, el pasado solo me ha empujado a relajarme, a reconocerme, a describirme sin que ustedes supieran, ahora me descubren, sienten mi presente en letras, esto es lo que soy y lo que fui, les estoy relatando el momento que cambio mi destino.

Los eucaliptos siguen ahí. El humo y ladrilleras se terminaron, es posible que el aire ahora sea fresco. Ella, la de en medio, siguió mis pasos, también se fue, tuvo un retoño y se alejó como una polvareda. El último de sus hijos nació entre espinas y hostilidades, creció en el silencio y en la opresión, no tuvo la suerte del primero, ni la rebeldía de la segunda. Sigue ahí postrado, a las faldas de su madre, parece asomarse para descubrir el mundo, pero no logra romper el muro.

Te recuestas después de pasar horas en ese escritorio, intentas rememorar algunas penosas anécdotas, escuchas a lo lejos una canción de Bob Sinclar, te das cuenta que el mundo espera, que al escribir no debes de pensar si es bueno o malo, que debes tener un bagaje para enfrentar todos esos demonios que te queman y esos ángeles que te susurran al momento de inspirarte, añoras esas tardes de goles, de gritos, de sueños desesperados, ese asfalto agrietado, esos instantes donde emulabas a Davor Suker, las lágrimas brotan y recobras la conciencia después de manosear el pasado.

Has madurado y reflexionas por la prisa que te hizo largarte, sigues guardando silencio, dejas que todo fluya. Disfrutas de esos jueves de creación, de tentación invaluable, eres incorregible cuando vez un bolígrafo, una hoja, cuando vienen esas aventuras a tatemar la impaciencia y te obligan a escribir. Ya no sabes cuantos pesos te acompañan, eso ya no importa, pues has sentido lo bien que es ser feliz con poco y que compartir es un tesoro.

El reloj sigue su marcha, parece que ya no hay fantoches, monigotes ni verdugos, solo un dolor inconmensurable, ahí en ese lugar, te siguen extrañando y se cuestionan, solo les queda decir: “han pasado veintidós años y parece que no volverá”.

 

 

 

 

 

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