El quejido.

 

Escuchas el quejido del ofendido en estos tiempos de modificaciones drásticas. Lo escuchas con detenimiento y quieres saber de donde proviene tanta molestia, no logras encontrar al individuo en esos matorrales, sigues escuchando que aquello no para, por horas continúa atrofiando la tranquilidad. El temor se apodera del ambiente, dejando tristeza, los colibríes ya no se asoman en el ventanal, las abejas se han alejado y los gatos ya no maúllan, es un día que parece para el olvido, solo queda rastro de un perfume tenue que penetra en la nariz del desesperado.

Ves algunas sombras en el jardín, son esos perros que han husmeando en busca de comida, te asustas pensando que pueden ser los lobos que en sueños te devoran, después ríes como un lunático perdido en medio de una ciudad devastada, esas sabanas se han apoderado de ti, no te sueltan, quieren que mueras del aburrimiento, mientras imaginas la siguiente historia que inventaras con ciertos detalles de la vida real, quieres imponer un desorden en la mente de los demás, quieres ser rebelde, un inocente a medias, quizá quieres ser una fiera sin corazón. Te enredas entre los olores matutinos y comienzas a fabricar una serie de personajes inconsistentes que pueden encajar en todos los ámbitos en los que te mueves, terminas por desechar tan atrevida idea.  

La tarde te alcanza con una dulce estrofa de esa canción que alguna vez te dedicaron, dejas que la tetera silbe como si no hubiera mañana, quedas hipnotizado por cada palabra, te remontas a aquellas épocas en las que pasabas de largo sin saber de los peligros, cuando tomabas riesgos y sigues profundizando al grado de recordar porque termino esa bonita historia de amor, corres, para que el recuerdo no se evapore y puedas tomar un digno café.

Desde ese momento la taquicardia te invadió. Las telarañas que tenias en la mente se disuelven, sigues recordando momentos que fueron escandalosos, esas mentiras detestables, esas promesas que ilusionaron, esos besos que al final no significaron nada. Las manos que se deleitaron con tus finas facciones hoy pintan obras de arte majestuosas en las que no apareces, quedaste enterrado, en un camposanto que se esfumo con el paso de los años. Buscas aquella caja donde todavía hay cientos de colores, trazos, frases de amor, donde solo quedan historias inconclusas, que ahora siguen su vida por el bajío agitado.

Se rompe la burbuja cuando escuchas el timbre. El quejido continúa retumbando en las habitaciones, esas que has construido con detalle en el alma, ahí está ese ser que tanto se queja porque no liberas el pasado, un ser obscuro y con rasgos de maltrato. Abres la puerta y no hay nadie, alguien te quiso jugar una broma, mientras ese ser se escapa, sientes como te has quitado un peso de encima, te sientes liviano y al recordar al susodicho solo le mientas la madre para sentir satisfacción. Dos décadas han pasado desde que te enamoro con dichos melosos y acciones supuestamente generosas, después te devoro con una astucia incomparable y te venció al grado de quedar paralizado, cuando te diste cuenta del episodio maltrecho saliste corriendo para no volver.

Hay que reconocer que hubo amor, pero no existieron cimientos que lo hicieran trascender. La noche ha regresado y los ruidos extraños vuelven, pero no temes, no les haces caso, son los tontos recuerdos que quieren manosear tu serenidad, son esos espíritus que ahora están al otro lado del universo. Intentas hacer un querubín en una servilleta y lo único que hacer es una figura sin posibilidad de existir, sientes que alguien te observa y se burla, pero tu sigues creando y solo suspiras.

 

 

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