Diez de mayo.

 

El fascinante mundo de hacerme el interesante por el simple hecho de opinar sobre política y de los placeres ocultos de la vida, me mantengo en el encierro total armando mis avioncitos de guerra y mis rompecabezas de quinientas piezas, aquí es muy complicado el acceso y es imposible si quieres que te ayude a contribuir con el planeta de una manera innecesaria. Desde que me separe opte por aislarme del mundo y buscar las respuestas a todas mis deformaciones mentales que rondan de manera constante, mi mejor amigo es el repartidor de pizzas y mis prioridades van cambiando todos los días.

Estoy en un estado de inconformidad, en esa insatisfacción que te manosea hasta la dignidad, en esa persecución que se vuelve intolerante, en ese enojo que se vuelve una golpiza. El hartazgo me consume, porque no tengo idea de cómo salir de la madriguera y escapar de los alacranes que se van internando en mis oscuros vicios, que tristeza siento al verme en el espejo, en solo seis meses he subido treinta y ocho kilos, mis barbas son tan largas con mis deseos desesperados por retroceder el tiempo y llegar al instante de mi boda, recuerdo que mi madre con movimientos sutiles me indicaba que escapará de decir que sí, pero mi necedad era una hoguera de perdición, estaba maravillado por una dulce mujer que me decía que estaríamos  juntos toda la vida y nos mantuvimos bajo el mismo techo hasta que Bartolomé se graduó con honores den la facultad de psicología, después de eso el trato cambio y me resigne a ocupar el departamento que me dejo mi tío Adolfo antes de morir.

Hace una semana firme el divorcio. A mis cincuenta y cinco años he quedado asombrado por lo que llaman libertad, la depresión me ha hecho añicos y me ha clavado infinidad de dudas, me ha arrojado a la soledad, pero en el fondo agradezco estar feliz, deje atrás una tortura que no me dejaba respirar, una contradicción que me exasperaba. Todas las mañanas despierto recordando a mi madre y le hablo como si estuviera mirándome detenidamente, le doy la razón y comienzo a llorar, le debí haber hecho caso y desistir de mi sueño por estar con una mujer, por casarme tan apresuradamente, por desafiarla, por sentirme muy macho, por retarla y manifestarle mi omnipotencia que ahora es escaza. Mi madrecita linda que ahora está reposando junto a la corte celestial, quizá se burle de su hijo el testarudo, él que jamás obedeció, ese hombre que salió igualito a su padre.

Que ingrato me siento, todo se fue a la borda. Estoy desesperado, tengo en la mano este filoso cuchillo, que corta de forma perfecta las frutas, creo es mejor de dale un mejor uso y hacerlo participe de una de mi locas aventuras, es momento de tomar decisiones que terminen con esta confusión miserable, es momento de hablar con mi madre y decirle que es lo que siento y en mi imaginación abrazarla. Recuerdo que compre este cuchillo hace tres meses para festejar con una carnita asada el cumpleaños de mi compadre Rodrigo y que se me muere una semana antes de la fecha pactada, tantas tragedias se me han juntado, pues total clavare este cuchillo por el lado más delgadito y que poco a poco vaya cortando para que me queden unas ricas fajitas y poder celebrar este diez de mayo mirando la foto de mi mamacita junto al tío Adolfo en esa época dorada de juventud y apogeo en esos benditos años ochenta.

Ahí me hubiera quedado, pero seguí creciendo y ahora voy muriendo entre mis calamidades y mis recuerdos matriarcales.

 

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