Las bonitas reuniones familiares.
El inmenso recuerdo de las reuniones familiares, de esas convivencias
gratas y esas tardes de conversaciones divertidas, dan vuelta en mi cabeza, son
pequeños torbellinos que penetran en la memoria que parecía intacta y me hacen
pensar que eso no volverá. Muchos de los personajes que contribuían se han
convertido en seres sin corazón, sin exigencias para mantener lazos, sin la
capacidad de comprender que el presente es lo valioso, se han incrustado en la indiferencia,
en la incoherencia, se han quebrado en su fe a medias y en historias sin
sustento.
Optan por distraerse y permiten que el tiempo corra para intentar olvidar
de donde vinieron, de repente quizá les da comezón aquellos recuerdos, quizá ya
no tienen ganas para buscar la paz. Se les escapo la gracia, la verdadera
encomienda de amar, se les fue por la borda el concepto de lo inquebrantable,
ignoran lo que la sangre grita en cada despertar, quieren mitigar el dolor
pensando que no hay nada que hacer y siguen adelante con sus su vidas. Cada uno
en su extremo viviendo diferentes realidades, es una elección poderosa, porque así
cada uno se ha dado cuenta de sus fortalezas y sus tesoros, de sus argumentos y
sus equivocaciones. Si es mejor así, que cada uno se muera en sus guerras, en
sus debilidades, en sus cuestionamientos, que la distancia sea una maestra de
eventos afortunados y de instantes inevitables.
Las bonitas reuniones familiares donde las mesa estaba llena de comida, de
bebidas, de atardeceres inagotables, todos formando parte de un batallón, de un
equipo generoso. Ahí quedan algunas anécdotas que son recordadas de vez en
cuando, ahí están las fotografías que testifican que existimos y que a través de
los años desparecimos en ese ruido de voces ajenas y torpes novelas, ahí en
esos contextos empolvados están los sentimientos reprimidos, ahí están esperando
que el olvido haga de las suyas y al final así será cuando las llamas no estén haciendo
polvo o los gusanos nos estén devorando. Lloraremos cuando evoquemos lo que nos
hizo vibrar, lo que nos hizo pertenecer a lo que llamamos familia, a lo que nos
hizo cerrar aquellas puertas que nos llevaban a lo que debía ser eterno.
De vez en cuando volteamos al cielo buscando respuestas mismas que están en
cada uno de nuestros amaneceres. No queda nada de esos días donde la vida nos sonreía,
tuvimos que buscar otro ángulo para que la sonrisa persistiera y nos abrazara
de una manera estrujante, no queda rastro de las singularidades que nos hacían un
ejercito de sueños, de creaciones virtuosas y francas, no hay instructivo, no
hay un mensaje claro de que fue lo que sucedió, seguimos respirando en medio de
un silencio que nos hace temblar y nos lleva a la cotidianidad para continuar
con nuestras actividades. Seguimos transitando por esas calles que nos marcaron,
que nos enseñaron a ser solidarios, a mantener la cordura y a comprender la
lucidez.
El tiempo no se puede recuperar. Las bonitas tardes familiares han cambiado
para siempre, hay otros rostros, otros gestos, otra dinámica, hay un homenaje a
todos los que han pasado y se han marchado, hoy todos los asientos están ocupados
y la libreta está abierta para quien quiera plasmar y dejar huella. Fuimos una
gran familia y ahora lo somos, porque no dejamos de ser fragmentos que se han ubicado
en las coordenadas idóneas para establecer nuevos comienzos y sensibilizarnos
ante los inexcusables finales. Ahora las tormentas que se precipitan en mis
extensos pensamientos han formado presas, campos fértiles y hermosos escenarios
para tener una agradable reunión familiar sin contratiempos y sin nada que
reclamar.
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