Santa Claus.
Sus ojos hundidos, su barba sucia, sus lentes rotos, su gorro impresentable,
ahí postrado en la parte alta de las escaleras como cada año esperando llegue
me siente y le cuente mis penas, le comenté mis miles de quejas y llore
desconsolado. Ahí esta ese adorno de Santa Claus deprimente y descolorido, una
especie de terapeuta y amigo incondicional. Ese adorno sabe mis secretos más profundos
y mis delirios inconclusos, sabe tanto que podría raptarlo y dejarlo encerrado
en un baúl, pero significaría una alta traición y un golpe bajo a mi madre que con
tanto amor lo coloca en ese sitio especial.
Benditas escaleras que por treinta y tantas navidades me han otorgado la
dicha de quedarme un buen rato platicando a solas, intentando entender la vida
y reiterándome que soy el responsable de mis tragedias, esperanzado a que las
nochebuenas me consuelen o me pidan me retire y no vuelva. Mientras que el
adorno en cuestión sienta como mis ganas de seguir desahogándome son grandes e
inspiradas en una cortada del destino que me tiene atrapado en el pasado, ahí me
quedare disfrutando como mi madre canta a todo pulmón los villancicos esperando
a mi tía Matilde llegue con el pavo y su ejercito de metiches.
Deseo que esta navidad sea diferente y no salgan los temas recurrentes plagados
de moralidad y rancias ideas de religiosidad, pienso que sería el colmo me
preguntaran lo mismo de siempre y que el silencio me asfixie de una forma
imprudente, es obvio que las respuestas están a la vista, el carmín de mis
labios dicen tanto y los tacones no se pueden ocultar, sé que mis facciones son
toscas y la peluca color marrón es exagerada cuando de rubia me veo mas sexy,
pero es un acto de rebeldía y solemnidad, todavía conozco el respeto y no
quiero provocar las clásicas miradas morbosas de mi primo Sócrates y ver los gestos
de su esposa pidiendo con la mirada que me vaya.
Pero estoy aquí cumpliendo con lo que quiere mi madrecita, pasarla en su
casa con esa familia que se la vive en la indignación y la hipocresía, aquí estoy
estoica sobresaliendo entre los cuchicheos y la aflicción de mis primas las que
creen que existen los príncipes azules. Santa Claus es el único que me acepta
en esta temporada y bueno yo estoy fascinada con saber que esta noche mi atuendo
rojo me hará emular a la señora Claus. Ya no me importa si me llaman Fernando o
Lula, total estoy consciente de que soy una desilusión familiar y un reto para muchos,
pero en mi ser comprendo que estoy divina, que soy magia, que merezco amor y
que después de tantos obstáculos es momento de convertirme en lo que siento.
Recuerdo la primer navidad que vine con un pantalón ajustado y me teñí el
cabello de rosa, si madre no soporto la humillación y me mando a ponerme una
gorra y quitarme el exceso de maquillaje, me pidió de reojo que no perdiera el
estilo ante los machos que degustaban la ensalada de manzana esa noche y solo
por el amor que le tengo accedí a su petición, pero después comprendí que no me
tenía que someter y ella creo hizo una reflexión compleja y honesta, han pasado
los años y ahora hasta me pide venga lo más estrafalaria que pueda. Los tiempos
han cambiado y ahora soy una princesa consentida por la reina, lamento
incomodar y saturar sus mentes con suposiciones extremas, pero ahí está el adorno
confidente que esta orgullosa de mi y de mis decisiones, Santa Claus no me abandona.
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