Presunción.
La gente va a lugares por compromiso y de manera inmediata presumen el hecho
de estar ahí, hacen del momento algo único y sofisticado, se atreven a generar
esa falsa conexión con algo que es irrelevante y no tiene sentido dentro de su
repertorio, dirán que fueron para experimentar, para no quedarse con las ganas
de saber que es lo que se siente, de romper lo establecido, de encajar por un
momento con una cuestión que es efímera y poco agradable. En busca de la atención
y el reconocimiento como si eso fuera una punto forzoso para cumplir con los estándares
de nuestros tiempos, eso los engrandece y les da estatus, ese que tanto
persiguen con sacrificios horrendos y patéticos.
De pronto deben de regresar a lo habitual, a la atmosfera toxica de
siempre, a la guarida de batallas prolongadas y palabras hirientes, donde las
paredes retumban de resentir las verdades que van y vienen, un lugar donde el abandono
se respira y es evidente. Las simuladas disculpas llegan para dar a entender que
todo esta bien, que la felicidad es la fuente eterna, que la prudencia es un néctar
que se consume todos los días, pero son las mentiras más recurrentes que rondan
desde el sorbo al café hasta el buenas noches forzado. Son metros cuadrados que
se convierten en una jungla llena de animales salvajes, de presas incrédulas y
de trampas hechas a la medida de los participantes, es un escenario partido e
incendiado por aquello que no es explicable.
Los adornos son escasos y no hay una razón para mantenerse en ese sitio
repleto de gritos, gestos, muecas, invenciones que consiguen una inestabilidad
que se expande hasta altas horas de la madrugada, es una farsa que pende de un
hilo, pero nadie se queja, pues todos están cómodos con lo que reciben y dan,
todos gozan de privilegios y de las prioridades compartidas. Es un juego tedioso,
pero divertido, con reglas difíciles de entender, pero con la ventaja de ganar
de manera sorpresiva, es un tablero armado con motivaciones reales, con
movimientos irrepetibles y finales épicos.
Los involucrados desean que haya otro evento para distraer la mente y que
la mayoría crea que son un ejemplo, que son dignos de copiar sus buenos modales
y las maquilladas acciones amorosas, al final son acuerdos que no se deben de
romper, son compromisos que mantienen la sensatez y una convivencia elegante. La
gente lo que debería presumir es su vulnerabilidad, su bajo control de la ira,
sus escandalosas suposiciones, sus presiones imaginarias, sus metas que se
apegan al deseo y a la compleja aceptación social, eso es lo que deberían presumir,
me quedo perplejo por todo lo que hacen para trascender con una imagen que raya
en la perfección según sus valores e ilusiones, pero toman atajos y muestran lo
bonito, lo que es color de rosa, lo que es un sendero terso y suficiente para
alcanzar lo que muchos no tienen.
Prefieren quedarse entre las llamas antes que mostrarse desnudos. Gastan en
absurdos instantes porque para eso les alcanza, pero cuando hay que invertir
para que exista un ambiente de paz, ahí todos esconden las manos, desaparecen
las posibilidades, no hay forma de hacer mejoras, de contribuir al bienestar
del otro. Se esfuman entre las ocurrencias y los desafíos que el vínculo
impone, hay exageradas limitaciones que hacen que el juego no avance y regrese
a los mismos y estúpidos argumentos, a las mismas decisiones tomadas en
silencio, el no perdonar, el no sanar las heridas, el solo querer escuchar lo
que conviene, el aparentar lo que no son, la finalidad es caer en ese contexto
que tanto aborrecían y ahora son protagonistas de la presunción y el agobio de
decir un buenos días, un gracias, un lo siento.
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