Tragedias diminutas.
Estas
en una sala de espera deseando que fuera un mal sueño pero es una realidad
irremediable, escuchas historias dolorosas y con diagnósticos reservados. Habría
que contar todas esas historias de temple, resignación, negación y esperanza, tendríamos
que detenernos con pañuelo en mano para limpiarnos unas cuantas lágrimas y
sacudirnos para poder pararnos del asiento porque después de esa tertulia de situaciones
difíciles quedaríamos petrificados.
Quizá
no valoramos la vida como se debe, nos excedemos con aquello que pensamos no
nos hará daño, jugamos con fuego cuando lo que deberíamos hacer es
restringirnos para estar del lado del bien y dedicarnos a llevar una alimentación
sana, no volvernos sedentarios, seguir las indicaciones médicas, tener fuerza
de voluntad para estar con calidad pero en estos días lo que gana es la
cantidad. Cuantas historias escuchamos en esos pasillos que no se desprenden de
las vivencias, quedan atrapadas en cada rincón y se acumulan sin imaginar que
podemos ser parte de una estadística.
Hay quien
prefiere un carro del año a tener una salud bucal correcta, hay quien tiene el
mejor teléfono pero sufre de uñas enterradas, hay quien aguanta los dolores de
cabeza pero los fines de semana de fiesta son indispensables, hay quien sufre
porque quiere. Nos hemos vuelto fanáticos de la competencia de farsas mientras
nuestros cuerpos se están consumiendo sin freno.
Somos
seres descarriados y cuando la calamidad llega por algún motivo a nuestro
camino ahí es cuando imploramos al todo poderoso para que nos ayude, es cuando
recordamos el maldito hubiera, hacemos de nuestro llanto un océano que tendrá muchas
razones ahogadas. Algunos nos estamos muriendo cuando nos da un simple
resfriado pero asómense a la sala de espera de un hospital y tomaran conciencia
de su cuerpo que al final es su templo. En ocasiones lo que pasamos son tragedias
diminutas cuando hay complicaciones de un tamaño inimaginable y es cuando
debemos accionar el botón de la reflexión para encontrar el equilibrio y poner
en una balanza nuestra integridad.
Vuelvo
al punto que en otras ocasiones he mencionado la indiferencia es esa obscura
nube que nos aplasta y nos hace parte de la tormenta, nos convertimos en
pequeños relámpagos que solo vislumbran el horror que hemos creado con nuestra
ceguera convenenciera. No dudemos en ayudar, por lo menos en dar palabras
sinceras de aliento, en regalar consuelo ante los escenarios más difíciles que
pueden venir.
Solo
piensa cuantos pulmones, corazones, riñones, estómagos, están fallando en este
momento y esos cuerpos que están siendo azotados por algún padecimiento tienen
una esperanza infinita y a veces nosotros perdemos esa luz por cuestiones minúsculas.
Piensa cuantas posibilidades tienes para tener plenitud y no convertirte en socio
del club de los ociosos y del después.
Quiero
que comprendas que puedes hacer la diferencia desde tu ser con tener claro que
debes cuidarte y valorarte, si algo no anda bien ve al médico, más vale a tiempo
que con un diagnostico sinuoso y caótico. Estos días han sido para encontrarme
con mi lado humano y entender que somos frágiles, que si queremos lo mejor
comencemos por nosotros y no por lo que nos adorna.
No
prefieras tener una cara bonita o senos firmes cuando tu hígado puede estar cayéndose
a pedazos, no quieras conocer el mundo cuando quizá tu presión arterial este
haciendo estragos en tu corazón. Todos queremos vivir bien entonces palmemos
nuestra salud y aprendamos de las
historias de los demás. Si en este momento algo te molesta ten en cuenta que
hay historias agotadoras pero que no dejan de luchar y que salen adelante.
Siempre
escucha lo que te dice tu cuerpo.
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