Abejas y peces.


El hartazgo de ver cómo te satisfacen tus gracias que te sirven como escudo para que tu ser no salga más lastimado de este mundo bombardeado y esquizofrénico. Esas ilusiones que se crearon antes de tiempo te condenan a escabullirte y morderte los labios por la desesperación.  La angustia es una pequeña tos que te desquicia el pecho donde guardas las más entrañables hazañas que te han dado vértigo y provocado desmayo.

Esas abejas que han hecho un panal en tu masa encefálica han endulzando tus obscenos pensamientos dejándolos escurriendo en cuerpos insólitos y deformados por el paso de las cruciales revueltas carnales esos son tus idolatrados premios que vociferas como si fueran inalcanzables mientras las bofetadas llegan con cinismo afectando tu rostro peculiar en un hábitat donde todos se creen indispensables.

Probablemente no te queda otra salida que insultar con tus huecas actitudes a quien te quiere y te enfadas al saber que el mundo no te escucha pero ni siquiera haces el intento por hablar y dar la pauta para que aquello que te ahoga se evapore como charco en primavera. Tus huidas a los obscuros rincones te convierten en una copia fiel de aquellas imágenes que se proyectan con sutileza y excitación. Esas hormigas que suben a través de tus piernas provocan una hinchazón que te provoca un ardor que no te permite observar con claridad lo que fracturara el ego en mil pedazos.

Aquella pecera es testigo del crimen que te mantiene en una incertidumbre, esos peces regordetes solo van de un lado a otro como queriendo ayudar a que las heridas no lleguen a tu corazón y esas algas esperan que la tragedia sea solo un rumor que no te condene a la búsqueda constante de una sensación imprudente que haga que todo lo que ocultas salga a flote.  Un ladrido hace que las luces se enciendan y todos se miren atónitos mientras un ciento de telas coloridas cubren la indecencia y el reflejo de vergüenza de los asistentes, algunos corren otros solo ríen.

Ya en la calle descubres que eres un terrenal sometido a tus calurosos deseos, ebrio de amor simulado y desgarrado de tus íntimos sentimientos, caminas de prisa para llegar a las sombras de los monumentos y al silencio del parque mientras un gruñir te persigue e insiste que detengas tu ansiedad y las lágrimas aparecen logrando que todo se paralice por un instante. Es una madrugada fría y lluviosa donde la incógnita se mancha de sangre y el pudor ha desaparecido, donde las fuentes sustituyen a los océanos y los  insectos rastreros son los corceles que te hacen compañía en este trayecto tormentoso e infame. La fatiga te vence y te detienes en esa banca convirtiéndote en un intruso de la oscuridad y volviéndote cómplice de la opacidad de los sentidos alterados por el efecto de la violencia ingrata.

El panal se ha desquebrajado en medio de la razón resucitada y el aroma a cigarro  parece indicar que hay vida, esa música nostálgica disminuye el dolor de los golpes mientras las patrullas aparecen en la escena solo para romper la efímera calma que aquel individuo había alcanzado tan solo hace unos segundos. Esas abejas lo persiguen y el cae ante la condena de los aguijones que amenazan con dejarlo inerte pero una manotazo detiene todo pues aquellos periódicos que asemejaban una cobija vuelan poniendo al descubierto la soledad de una ciudad que nunca duerme siendo la salida de ilustres mentes que no se arrepentirán de lo clandestino y lo vulgar. Esos peces morirán pues la pecera sin agua se quedara porque nadie se ha preocupado de lo que hay a centímetros de su mirar y porque la sed ya no es una necesidad.

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