Depresión.
Las miradas son esporádicas.
Intentas levantarte, pero el dolor en los pensamientos es intenso, quieres alcanzar
el control de la televisión y enterarte de lo que acontece, necesitas liberarte
de las pesadillas y entender que la vida es un manojo de sinfonías desafinadas.
Tus cabellos lucen espantosos, tus ojos están hinchados, tus pies descuidados,
la dentadura muestra el color de los girasoles, los labios están partidos, parece
que estas desgarrado, estas construyendo un imperio de delgados muros, de ideas
endebles, se nota que no quieres continuar en esta hoguera que arde junto a
todos tus deseos obscenos.
Él no te mira, quisieras
encontrar sus ojos, esas canicas marrones, pero es inútil porque te faltan tus
gafas, te vigila ese muñeco que es un vago recuerdo de tus amoríos efímeros y sin
un sentido de compromiso. Las miradas son esporádicas y más en estos días de
penumbra, de querer estar sumergido en el colchón por horas sin que nadie te
diga nada. Tu aspecto de ultratumba es un factor de terror, pareces una
calavera, una figura grotesca, con esos pantalones holgados y esas playeras
pequeñas, eres una invención de tus escasos recursos, las ilusiones se han
terminado y no tienes precauciones, quieres seguir viviendo de prisa.
Las persianas
maltrechas son una oportunidad para percibir que el sol esta en plenitud,
quieres indagar si en aquella taza, hay un poco de café que te despierte, no
tienes ganas de mover ni un solo dedo, sigues en el intento de alcanzar el
control de la televisión, te mantienes en la divagación, escuchando unos
ladridos desesperados, unos gritos de coraje, unas risas forzadas, todo es un festín
de incoherencias, todo se escucha en esta habitación, estas rodeado de
personajes sin cordura. Bostezas como si no hubiera razón para existir, siempre
tienes sueño, te la pasas durmiendo todo el tiempo y cuando tienes un poco de lucidez
te la pasa pensando en sexo, en comida, en esas aventuras que ya no volverán, no
quieres entender que los años han pasado de forma intrépida. No quieres envejecer,
pero ya lo has hecho, ya tienes esas arrugas remarcadas, esa pesadez franca,
esa actitud de hacer lo que te venga en gana, no te interesa si expides un olor
nauseabundo o tienes oportunidad de conquistar a alguien, no sabes, ni quieres
saber. Por fin mueves un pie, señal de que pronto moverás un brazo, evitas un
estornudo y sigues mirando aquellos sucios peluches.
Unos pasos
apresurados se escuchan en el exterior. Añoras cuando tenias que salir
corriendo porque tenias una cita romántica, piensas que eso ya no es para ti,
que es mejor mantenerse bajo estas cuatro paredes para sobrellevar todo lo que
has acumulado, tantas historias alrededor de ti y solo un porcentaje pequeño es
cierto, parece que ya no habrá peor escenario, estas callado, debilitado, harto
de todo y casi todo se fue por un carajo del tamaño de tu conformidad. Percibes
un olor a estiércol y recuerdas cuando ibas al rancho a montar a caballo,
cuando eras apuesto y eras agradable para todo el mundo, de repente te enfadas
porque percibes como los patos te persiguen sin una razón aparente, flores amarrillas
son las que te siguen guiando al engaño, al triste calendario de unos días llenos
de depresión y sigues cuestionándote como pudiste llegar a este punto repleto
de congoja y dolor.
Continuas en esa posición
incómoda, donde las vértebras se están esforzando, el control de la televisión
solo está a veinte centímetros de tu mano izquierda y eso no es suficiente motivación,
suspiras como si extrañaras a alguien, balbuceas un improperio y después giras
la cabeza para ver el reloj que esta desajustado, comienzas a tomar ritmo en
esta fría mañana de marzo.
De repente te das
cuenta de que alguien te observa por esa hendidura que hay en la puerta de tu
armario, no sientes miedo, no tiene caso sobresaltarse, pues quizá ya estés en
otro plano o atrapado en un nuevo lamento.
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