Cuento: "Es cosa de días".
En cierto lugar caótico,
vivía un asiduo bebedor empedernido, amante de la marihuana y compulsivo
comprador en línea, escuálido bilingüe y aficionado a la música clásica, el era
el candidato perfecto para la junta estudiantil y que lucharía por la alcaldía,
con sus amplios estudios en ciencias sociales, tenia todo para aplastar a su
contrincante en las encuestas, durante años se manejó con un perfil bajo y con
discreción llevo a cabo todos sus preciados pasatiempos.
Hipólito Casas,
estaba preparado para contender y erradicar todas las corruptelas que se habían
desatado, su mayor anhelo era terminar con los sobornos y malos manejos de las
cuentas públicas, no creía en el sistema establecido y condenaba los discursos
impregnados de promesas insensatas. Era así que la carrera por la silla,
comenzaba a tomar una atmosfera intensa pues su adversario el gran Leonardo de
Álvarez, era apadrinado por el actual gobernador, tenía una aceptación
indiscutible, cada semana ayudaba a las regiones marginadas con apoyos
simbólicos pero concisos, mantenía contacto directo con todos los sectores,
pues él era el dueño de la abarrotera mas grande de la zona que se encargaba de
surtir a los pequeños establecimientos. Seria una contienda a muerte y como era
costumbre los rojos contra los amarillos, el apoyo por los dos candidatos era
indescriptible.
Mientras tanto el
gobernador en turno, Catalino Diaz, forjaba su riqueza a través de las
expropiaciones personales que planeaba con ayuda del cabildo y las reformas a
las leyes, era un individuo lejano de la gente, con un semblante retador y un
lenguaje corporal inusitado, su triunfo lo obtuvo gracias al descontento
colectivo de anteriores administraciones y gracias a su empresas en ganadería y
agricultura, logro catapultar su imagen en el gusto de la población, dando
dadivas para adquirir adeptos hacia el partido rojo. Así era Catalino, odiado y
querido, admirador de la administración japonesa y los cultivos transgénicos,
hombre que apoyaría hasta el último minuto al filántropo y carismático
Leonardito, como le decía desde su nacimiento, pues era un encargo muy especial
de doña Ignacia Tanaka, madre del adorado abarrotero y amorío de juventud de
Cata, como ella estaba acostumbrada a llamarle.
Aquel domingo
lluvioso era el inicio de las campañas, todo era una verbena de dimes y
diretes, los gritos por las calles era ensordecedores, las porras eran parte de
una inventiva inimaginable, amarillos y rojos salían con la pasión arraigada
desde hace décadas, para apoyar al que decían es el bueno. Todos llegaron puntuales
a sus respectivos mítines, unos al norte y otros al sur, la lluvia no cesaba.
Los amarillos
escuchaban a Hipólito, con esa esperanza abrumadora, al termino todos aplaudieron
y le pidieron el candidato que entubara el río, ya que esa mañana miles de
cabezas de ganado fueron arrastradas por el caudal. Los rojos vitoreaban al
apadrinado Leonardo, todos atendían su llamado a las mejoras y mientras eso
sucedía muchos le exigían entubar el río, pues sus sembradíos estaban siendo
afectados por los constantes torrenciales.
Los políticos en
contienda, escucharon lo de aquel río, que curiosamente dividía la alcandía.
Entre el desbordante asedio de sus simpatizantes, pensaron en la mejor solución
en escasos segundos, pareciera se hubieran puesto de acuerdo en la contestación
y ante aquella petición de entubar, respondieron a las multitudes: “para
solucionar esto, es cosa de días”.
Ellos en el fondo
sabían a que se referían, mientras la multitud aclamaba. Y aunque usted no lo
crea, ellos pensaban que ese problema tenía que solucionarlo Catalino Díaz y no
era cosa de días en cuestión del tiempo. Ellos en su interior reían, mientras
los crédulos seguidores los idolatraban y el pueblo se inundaba, las siembras
se perdían y el ganado se ahogaba.
Comentarios
Publicar un comentario