En calzoncillos.

Te comienzas a enfurecer por unos dichos que en ocasiones te han valido un bledo, nuevamente lees con cuidado aquel anuncio sarcástico que un sujeto ha escrito con tal de provocar una ruptura en todo lo que pretendías. Estrangulas aquella figurilla, tus manos sudan y no comprendes, porque eres objeto del ataque, pero en el fondo reconoces que no has sido una buena persona en los últimos diecisiete meses, que sigues corrompiendo los dichos y los deberes.

Botón por botón ajustas esa camisa, te pones las mancuernillas, acomodas la corbata, te peinas como crees conveniente, tus tripas están retorcidas, tus ojos están rojos y tu mandíbula esta rígida, sigues sin entender como un texto puede salpicar un ciento de incomodidades y estropean una línea de serenidad. En aquella mesa redonda esta tu plato con unos trozos de fruta, te causan asco, en verdad que estas molesto por la imaginativa de un individuo que solo disfruta de una ficción que se acomoda a la realidad que construyes, que coincidencias. Tus pensamientos se retuercen de una forma grotesca, no tienes idea de que la inventiva te retrata como si fueras un perverso, un tirano y un saqueador en esa siembra de tranquilidad.

Por primera vez te pones ese traje color azul marino, te queda un poco ajustado, tenias años de no vestirte así, pero tienes que hacerlo para dar la cara antes todas esas eminencias que esperan un discurso palpable e idóneo a lo que se vive actualmente. Extrañas tus sandalias, tus pantalones cortos, tus playeras holgadas, te sientes prisionero en esa vestimenta que al parecer es ridícula, pero es tu carta de presentación en esta mañana densa. No sabes cuál será tu reacción al verte rodeado de micrófonos y cámaras, siempre has evitado los reflectores. Dices que eso de la fama es un cuento efímero. Sientes como el sudor te recorre en aquellos rincones innombrables, tus nervios están causando un siniestro, una especie de miedo que destroza, un zumbido hace que te detengas y retomes la calma. Ahí sigues postrado en aquel comedor, viendo como el trozo de sandia se burla de ti, como el café humea y como el silencio te envuelve en un sentir atroz.

De repente tocan esa puerta de roble, te levantas y abres con cierta desesperación, te informan que la reunión se ha cancelado, que no les interesa tu opinión, que te quedes en casa, que seguirán escribiendo una historia de enredos y mentiras. La paz vuelve a tu cuerpo, brincas de alegría y no piensas en el futuro. Rompes ese discurso que te dejo a la deriva y sin cerrar los ojos por una madrugada entera, te vas quitando poco a poco la ropa y quedas solo en calzoncillos, tus carcajadas son señal de que te sientes libre. Eres feliz porque seguirás rompiendo las reglas, fingirás empatía y según te cuidaras, pero en el fondo seguirás creando esa maldad, esos argumentos que te trasladan a juicios insensatos y malintencionados, eso dieces y piensas, con tal se salir sin golpecitos.

Esa furia con la que despertaste se va desvaneciendo. Buscas la manera de pasar desapercibido, pero no puedes esconderte por tanto tiempo, debes salir al mundo exterior para dejar un poco de discordia, tentación y brutalidad. Das un sorbo al café y sientes como ese calor te invade, te muestras indestructible. Ignoras lo que escriben, dicen, hacen, en el fondo eres un ser que desprecia y fusila lo que viene del corazón, intentas ocultar esa pesadez y ese extracto caótico que te mueve como si estuvieras poseído y crees que la multitud debe de lidiar con tus falsedades, cuando poco a poco te estas diluyendo.


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