Espacio simbólico.
La resolana me
lastima la cara, eso me obliga a cerrar los ojos y pensar que lo que deseo sucederá
en cualquier momento. Si, eso que tanto anhelo y que espero con desesperación,
es un susurro que me invite a tomar un atajo y me haga llegar a la luz que
observo por aquel túnel. He intentado todo por acelerar esa necesidad que ronda
mi cabeza, pero nada ha funcionado, creo tendré que resignarme y enfocarme en
la poca voluntad que tengo para olvidarme de la tragedia.
Observo esos rostros
desencajados y que van con la mirada perdida, quieren llegar a sus destinos,
quieren dejar a tras un día más, necesitan entretenerse en esos juegos que han
inventado para satisfacer sus impulsos, piden a sus creencias que los guie para
ver una vez más a la gente que aman, rostros que están repletos de sueños y de
experiencias. Indago sus movimientos apresurados que pueden explicar mucho,
pero no tengo tiempo para hacer un análisis minucioso, trato de emularlos, pero
no tengo ganas por estrechar mi ser con energías que están retorcidas por
infinidad de recuerdos conmovedores y extraños.
El tequila se ha
derramado y mis macotas imaginarias lo beben y comienzan gruñir, quizá me desconozcan
y me quieran atacar, pero los tranquilizo con esos mimos delicados que tanto
acostumbro, siento como su pelaje se va desprendiendo y me provoca la alergia
que me tiene asilado del mundo que tanto pide mi presencia, tomo el ultimo sorbo
del liquido embriagante simplemente para sentirme vivo, para descifrar, porque
me arde la conciencia y porque no hay algo que calme la molestia que me irrita
y que hace que grite improperios a todos aquellos que van buscando su felicitad.
La luz solar se va
apagando y es cuando despierto para desconcertar a los aliados de mis gratas
intenciones, abro la puerta para que pasen y me cuenten sus penas, algunas
veces les doy las alternativas que no me han funcionado, otras veces termino
por pedirles que se vayan, son monigotes que pisotean mi cerebro como si estuvieran
una expedición sin escalas y los pensamientos me dan comezón al grado de lacerar
mis voluntades profundas. La sangre se derrama en aquellas cortinas que en mi
locura simplemente son de humo, el olor a hierbabuena me hace levantarme y
entonar aquella poesía que tanto te gustaba, las mascotas comienzan a
mordisquearme porque tienen hambre, porque saben que soy lo único de carne y
hueso que existe en este espacio simbólico para aquel que me recuerda con
bondad.
Una y otra vez esas
caras ambiguas vienen a transformar mi cansancio en aquella intuición que por
siglos ha sido resguardada por los merolicos improvisados del parque que alguna
vez fue mi campo de batalla y donde los pájaros se llevaron las moronas de mi
resequedad emocional, dejando solo la humedad que penetra lo que está envuelto con
los lienzos de mis secretos y mis obscuridades. Las reliquias de mi ímpetu se
quedaron paralizadas en este espacio reducido, mis intrépidas conquistas están descritas
en esos pasillos y mi llanto esta por todos lados.
De vez en cuando
salgo al jardín para que la resolana me recuerde que soy una creación de
alguien que escribe en ese sitio donde ya no queda más oxígeno, donde todo está
dicho y hecho, donde mis emociones son un instrumento que se ocupa a cuenta
gotas. Soy tan insensato que no tiene un final designado, solo escucho el
rechinar de las puertas y me sostengo de las sogas que esperan a que las
mascotas se tranquilicen y que mi espíritu se disuelva al primer rayo del
amanecer que tanto has ansiado.
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