No sabes que te duele.
Comienzas a leer y
descubres que ya es muy tarde. Te apresuras a vestirte, haces un repaso de todas
las actividades que tienes en el día, te tomas esa pastilla que te da vigor, das
unos cuantos sorbos y procuras que no haya olvido. Nuevamente revisas esas
anotaciones malhechas y corres al mundo descompuesto, encuentras telarañas en
los pasillos y ese olor a humedad te envuelve en un en ir y venir de gestos,
llegas a la calle y ves la misma escena de todas las mañanas.
Ya flotando en el
mundo salvaje, te das cuenta de que no llevas reloj, te sientes frustrado, distraído,
incomodo, quieres saber la hora, necesitas tener el registro preciso, pero esta
vez no será posible, el sudor es eminente en la ropa y el nerviosismo de tu
mirada es evidente, quieres regresar, pero ya es muy tarde, no quieres romper
con la puntualidad que te caracteriza. De repente resbalas y caes, duele mucho,
el ardor es inmenso, evitas gritar, miras hacia todos lados esperando que alguien
te ayude, pero no hay ni un alma, te levantas como puedes, el pantalón tiene
manchas, tus manos tienen raspones y el dolor persiste. Que mañana tan caótica en
tal solo diez minutos te ha pasado tanto, te sientas en la banca de aquel
parque abandonado, buscas que no haya mas evidencia de lo acontecido, tratas de
limpiarte, sabes que ya es muy tarde y que no llegaras a la cita.
Te quedas pasmado y
recuerdas como hasta hace algunos meses estabas en una línea delgada, que no
sabias si ibas a sobrevivir, que realmente estabas en un estado crítico, pero
como es tu costumbre saliste de ahí y retomaste lo que es la vida, no te
importo cuidarte, sigues sin hacer dieta, sin establecer horarios, sin resolver
todos aquellos dilemas, no te quieres ni tantito, estas atrapado en un circulo
que da va a mil por hora y que, si intentas salir, seguro te ira muy mal. El
ruido de los automóviles rompe con el trance y decides dar unos pasos, el dolor
es constante, arrastras los pies y sabes que, para ese entonces, ya no llegaste.
Resignado das media
vuelta y decides regresar a casa, no tienes las llaves en el bolsillo, seguro
al momento de caer se quedaron siendo parte del suelo, regresas al lugar de los
hechos y no hay nada, la preocupación se mezcla con el dolor, estas en serios
problemas, ojalá ocurriera un milagro en este lunes enrarecido, piensas en las
soluciones, ninguna de ellas es buena. Al otro lado de la calle alguien te mira
con compasión y te hace señas, te quedas parado en esa esquina y esperas que el
misterioso personaje se acerque, sin decir nada te extiende la mano con las llaves
y en tu rostro aparece una luz de agradecimiento, el enigmático ser se aleja
sin decir media palabra, mientras tu quieres llorar del dolor.
Sigues con ese andar
extraño, ya mero llegas a casa. De repente se escucha un grito: ¡¡¡Feliz
domingo, vecino!!!, tu semblante se queda atónito al saber que no es lunes, que
es un domingo y que tenias que estar a las siete de la mañana en el entrenamiento,
al final todo es un caos de impuntualidad e irresponsabilidad. Ya no te importa,
llegas y te avientas al sofá, te desvistes y anhelas con remojar tu cuerpo
tullido, pero no hay agua, estas desnudo en ese cuarto de azulejos blancos, condenado
al frio, al dolor, te has convertido en un despistado e inconsciente, porque no
quieres saber ni en qué día vives y quizá no sepas para que vives, no sabes que
te duele.
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