Un retrete helado.

 

Estas en un lugar donde todo ha sido un desastre, te reiteras las excusas como si fueran chistes malos, piensas que eres un astuto al decir ciertas afirmaciones, deseas despertar aquellas sensibilidades y sometes los hechos a discusión. Sabes que es lo conveniente para ti, en el fondo se remueven las entrañas y todo se sacude en ese diminuto mundo invertido que sacrificas cada vez que te duele algo, analizas lo que los demás hacen como si fueran intrépidas osadías, destruyes lo que parece bien cimentado, te burlas, te ensañas, te esmeras por peregrinar en la inspiración que te asusta y te hace atarte a lo que no quieres.

Según sigues ganado y al final tejes engaños. Te deshaces en una habitación que te muerde con el eco que solo retumba con tus negaciones, desprecias el presente, te vuelves arrogante al saber que eres importante, exaltas la alevosía y sabes que la tragedia es un panorama posible, no quieres aceptar lo que tiene vibraciones peligrosas, la indiferencia es la formula que tanto te ha ayudado a sobreponerte de lo que no se diluye, no quieres olvidar. Saboreas el último trozo de pastel que quedaba en el plato, esperas a que te sirven más, pero se han dado cuanta de lo despiadado y ventajoso que eres, te dan por tu lado, replican las formas con las que sabes manipular y todo se pierde con los primeros rayos de sol.

El camino espinoso, ese que has inventado, ya no causa lastima, ya no hace arder infiernos que has apagado con episodios de perdición y pedantería, tus razones sangran y no reaccionan, te niegas a comprender que la hojarasca suena como señal de abandono. El sentir delirante te hace perderte en un sarcófago lleno de recuerdos ingratos, el olor a tierra te envuelve en una historia que esta rota, tus puños tiemblan de rabia, ya no hay paredes que soporten los golpes, ya no hay espejos que te enseñen lo dañada que esta la apariencia de alguien que se dice justo y entrenado para afrontar las pruebas.

La atmosfera tiene un aroma desagradable. No hay posibilidad que la credibilidad persista, no hay forma de que salgas y sostengas la versión de una carita feliz. El pasillo es largo y frio, vas asustado pensando que no encontraras algo que te haga sobrevivir en un campo de batallas desgastado y repetido. La niebla cubre esos cuerpos que parecen dormir, nadie se mueve en la hostilidad que tanto vociferas, la parálisis ha dejado consecuencias y solo vagas en búsqueda de compasión. Estas en un lugar donde todo es un desastre, porque así lo quieres, porque así lo pretendes, porque quieres encarar el futuro con las recetas que tanto anhelas, pero date cuenta, que los cambios te tocan el hombro sin que te percates.

Te sientas en un retrete helado, piensas en la siguiente estrategia y no quieres claudicar, seguirás insistiendo en una venganza pasiva, recurriendo a molestarte las heridas. Miras los azulejos y buscas esos reflejos que te den respuestas, te hundes en expectativas ciegas como aquella gotera que acabas de descubrir, estas acabado en esa franca posición de gracia. Escondes tus defectos con una apasionada ola de risas contagiosas, evitas que las advertencias te sometan al juicio final, te limpias con delicadeza y esperas el momento preciso para decirle adiós a lo que no tiene ningún sentido.

Regresas a la habitación que te ha visto llorar, gritar, inventar, formular, menospreciar, ignorar, regresar para solapar lo que te hace respirar y te sigues enredando en las sábanas que están manchadas de cada uno de tus días tristes, parece que terminarás siendo un bulto que querrá indagar lo que honestamente no fue.

 

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