La cita.
Observo una columna
de colores que se forman en esa señalización fría y descuidada, me entusiasma
que hay una pizca de cordura en esta carretera desolada y obscura, voy caminando
a la orilla, no hay ni un alma que se asome, ni siquiera por curiosidad, me
froto las manos, después me tallo los ojos, doy unos saltos para despertar todo
aquello que esta somnoliento. Respiro de manera inusual para saber las reacciones
de mi cuerpo, sigo dando pasos con cierta tranquilidad, me enfoco en esas luces
que son una especie de placebo para la mente.
Esos colores se
pasman en mis pupilas, son lucecitas que provienen de un adorno olvidado, pero
que en estas circunstancias son un aliciente feroz que recorre cada una de mis
expresiones. Me quedo mirando esos destellos y me quedo sorprendido al saber
que es lo único que me alumbra. Son las tres de la mañana y debería estar en un
sueño profundo, soñando con tus besos, con esos susurros que me indican cual es
el camino al amanecer que tanto anhelamos, con ese aroma ten jovial que se
impregna en mis dedos, pero sigo cavilando, esperando pronto haya alguien que
me pueda auxiliar y me diga cuantos kilómetros faltan para llegar al poblado más
cercano.
De repente el automóvil
se detuvo, me quede en medio de lo que parece una inmensidad sin retorno, estoy
cansado, agobiado, me duelen las rodillas, los tobillos me punzan, han sido
siete horas caminando. Mi alegría se esfumo y no pude llegar a la playa donde vería
al cómplice de mis alucinaciones, al escandaloso seductor, al que me tiene
maniatado con tan solo respirar, él estaría esperándome con esa sonrisa traviesa,
dispuesto a todo, reservando su fogosidad para este cuerpo insaciable y pícaro.
No llegue a la cita
y ahora me encuentro con estas lucecitas que me roban una sonrisa de resignación
y me agitan el corazón. No hay piedad que me alcance para disculpar la avería mecánica
de un flamante automóvil, me siento derrotado y no puedo entender lo que paso. En fin, he decidido parar, no se si amanezca,
no se si corro peligro, solo se que estoy exhausto y el delirio me comienza a
invadir. Hasta hace dos meses no sabia manejar y algo me impulso a aprender, quizá
el amor veraniego, quizá esa boca suculenta, esos ojos expresivos, esas manos
que despliegan un listado de sensaciones indescriptibles.
Me siento débil. Quiero
que alguien aparezca de repente y me de un poco de serenidad, necesito una
palabra certera, como quisiera estar sentado en la sala de mi casa viendo el
resumen de las noticias, pero quizá pronto sea una de ellas y aparezca en todos
los diarios, imagino los encabezados, las suposiciones, las versiones, los
inventos y todo lo que una maquina de mentes quieren devorar con tal de obtener
atención. Espero que Dios me escuche y tenga misericordia, que me de una señal
milagrosa, que me sostenga entre ese fluir de energía, que no se olvide de este
insolente que se distrae con el mundo caótico.
Escucho las olas del
mar que rompen en mis extremos, veo como él corre hacia a mí, es despampanante su
naturaleza, es una singular energía que se mueve con naturalidad y se convierte
en sensaciones corporales, su respirar recorre todas mis intensidades, se
sienta junto a lo que me queda de esperanza, me habla de sus intenciones y ríe como
si yo fuera eterno. Ya no siento latir mi corazón, me voy desprendiendo
mientras esas lucecitas son luciérnagas que me llevan sutilmente a retomar el
caminar sobre la carretera, alguien me llama por mi nombre, volteo y es él con
su carita impecable, creo he llegado a la cita.
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