Adulto.
Hace tres décadas encontré razones para ser amigo de la resiliencia. Que complicado
cuando se es niño y vivir con presiones de adulto, tomar la batuta que no te correspondía,
de hacerte cargo de responsabilidades que para ese entonces eran extremas.
Tenia once años cuando mis padres pasaban por una crisis matrimonial y de
repente mi madre se volvió un bulto en una cama, mi hermana de escasos cuatro
años era un ser indefenso y yo tenia que seguir adelante con mis estudios para
ese entonces cursaba el cuarto o quinto año de primaria. Recuerdo que tenia que
salir de aquel departamento a las siete de la mañana, tomar un camión, bajar en
un punto exacto y cruzar unas vías de tren y después abordar otro trasporte y
caminar a la entrada de la escuela y al medio día hacer nuevamente el trajín.
Llegaba desesperado a revisar a mi hermana, que estuviera en aquella fortaleza
de almohadas mientras mi madre parecía que invernaba, preocuparme por la comida
y la tarea, ambas cosas eran primordiales, no recuerdo como obtenía dinero,
pero si del suculento platillo que era repetitivo, el sabor de las tortillas
con las salchichas fritas y un poco de mayonesa, eso era un manjar y algo que
no mantenía con la barriga llena, hasta hoy en día y de vez en cuando preparo
ese platillo que me recuerda mi entereza.
En ocasiones me pongo a pensar que sucedió en esos meses complicados y hago
memoria, quisiera comprender que fue lo que me mantuvo a flote, que fue lo que
me inspiro a ponerme el papel de adulto cuando pude correr a pedir ayuda a mi
abuela y no lo hice, quizá por miedo, amor, que se yo, es un capitulo que me
marco y que no lo cuento con frecuencia, porque es algo muy íntimo, es una situación
que es fundamental para encontrar el significado de muchos conceptos que llevo
en el alma.
Después mi madre se recuperó, hizo hasta lo imposible para que mi padre
volviera y siguiéramos siendo una familia, al paso de los años vinieron otros capítulos
que fragmentaron lo rescatado y se puso en juego mi amor por los personajes en cuestión,
pero ahora que si soy adulto no guardo rencores, ni resentimientos y tampoco
culpas, seguramente mis abuelos y tíos no tienen idea de lo que pasamos, porque
sin dudarlo en ese momento hubieran hecho el acto heroico de ir por nosotros y
salvarnos de la pesadumbre.
Hoy agradezco lo vivido, porque quizá esa experiencia me hizo reconocer la
madurez, sortear las condiciones y saber que todo es pasajero, ahora a mis
cuarenta y tantos años confirmo muchas cosas que pensaba y que muchos de mi
edad ni tenían idea que existían, quizá porque tenían una vida cómoda, sin
tantos desafíos y vivían una niñez de forma habitual.
No cambiaria nada del guion, aunque reconozco la complejidad de los eventos,
en verdad fue algo que catapulto el carácter que me mantiene de pie pase lo que
pase y después vinieron otros retos que me hicieron pensar que cada persona da
lo que puede, lo que piensa y lo que siente. Siguen pasando cosas que nos alimentan
el alma, nos hacen reír, llorar, reflexionar, transformar y vivir en paz.
En estos momentos de mi vida no me puedo quedar callado, marginado,
estropeado, porque he experimentado tanto que mi voz debe escucharse y mi
presencia debe sentirse y mi verdad debe leerse. Todos deberíamos tener el valor
para contar lo que nos hizo conocer la vulnerabilidad y lo que nos sacó
adelante, eso es un acto de superación y ecuanimidad.
Abrazo al niño que fui con mucho amor y reconozco al adulto bondadoso en el
que me he convertido.
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