Ojitos rojos.


La queja recurrente y la bruma que avasalla, nos detiene en el tiempo y nos rasguña con desesperación. Nuestros ojos dañados, nuestra garganta con ese picor indignante, los pulmones afectados y las lucidez que se pierde entre el escenario negro y hostil, nos deja sin esperanzas, buscando culpables, mientras muchos se aferran al volante para llegar a su destino.  

Somos incapaces de comprender nuestro estado de crisis pues la prisa se ensaña  con nuestro débil cuerpo entre esos monstruos rodantes, semáforos deteriorados, pavimento olvidado, bullicio de una ciudad que camina con una inercia fastidiada por todos los que acudimos a sus calles sin franca salvación. El vértigo hace que me estremezca entre el furor y la irritación que me causa todo lo que flota en una atmósfera que entra en una batalla molecular sin cortapisa. Ese enjambre de partículas envenena  y me condena a estornudos repetitivos, a que la mucosidad se acumule y mis plegarias suban de tono para que el viento arrastre todo lo que me incomoda.

Nos asfixiamos en el encierro que construimos con comodidades efímeras, sin plan de acción para una posible invasión de elementos que nos pueden llevar a la muerte o a la exageración cuando los argumentos se acaban y nos revuelcan en contradicciones. Las formas burdas nos llevan a traducir con nula comprensión lo que realmente pensamos de una catástrofe eminente, donde todos somos responsables del  asqueroso presente.

Llegan las excusas insípidas y feroces, que muerden la armonía porque persistimos con rudeza en tener la razón ante lo que es un fracaso monumental, lo que nos muestra que no tenemos respeto por la naturaleza, lo que nos hace tropezar con el egoísmo que alimentamos todos los días con sentirnos inmortales, despedazamos nuestra realidad por esos huecos que llevamos a todos lados y no sabemos con qué rellenarlos. Somos torpes al no admitir nuestro compromiso con el mundo que nos ha dado tantas alegrías, que nos motiva para ejercer nuestra libertad de realización, lo que hacemos no es suficiente.

Si has tomado medidas para favorecer a que mejoren las condiciones es momento de redoblar iniciativas y concretarlas aunque estén en contra de tus voluntades y comodidades cotidianas, debes hacerlo para que llegue el equilibrio. Mientras esta bruma nos paraliza, nos tiene rehenes y en incertidumbre, sientes la fatiga y otros malestares, es porque eres presa de este escenario aplastante y voraz. Quieres gritar pero prefieres disfrutar el poco oxigeno que entra en tu desesperado cuerpo.

La tos aparece repentinamente,  no se detiene, mis bronquios están fastidiados. Esa nube negra nos amenaza sigilosamente y nos reta a desarticular todo itinerario, nos ocasiona miedo, hinchazón, comezón, nos perturba como si fuera el episodio final de una novela de suspenso. Los automóviles no dejan de avanzar, la vida prosigue como si la nube fuera producto de la imaginación de una mafia, como si ese veneno nuboso fuera una especie de complot, pero la realidad es que nos estamos perdiendo en una especie de gas.

Incoherencia, una palabra que es una especie de escudo, protección, muralla, cuando no hay nada que hacer ante este panorama que ves con tus ojitos rojos y pensamientos aturdidos. No quieres acceder al sentido común, no quieres experimentar, no quieres arriesgar. Esa terquedad, esa forma de descalificar contamina más que lo que estas respirando.  Te diré y te diré aunque  no sepa que es, pero ahora  que recuerdo, muchas veces ya  te he dicho te lo dije, y te estoy diciendo que esta masa contaminante nos está atormentando todo lo que somos  y por eso debemos ser conscientes. Este debate nos está llevando a puntos insospechados, por ahora relájate, ya que todavía tenemos el oxígeno suficiente para conocernos un poco más.





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