Rojo ardiente.


Arrinconado estoy escuchando el estruendo de declaraciones que no alanzo a entender. mi somnolencia es abrumante y caigo en un sueño profundo que en cuestión de minutos es una pesadilla, veo charcos de sangre, escucho gritos dispersos, percibo disparos constantes, de repente esos charcos toman forma de individuos corriendo, comienza a llover y se diluyen y todo horizonte es rojo, la desesperación me hace intuir que cerrando los ojos me hará escapar de ese vil escenario pero mis pensamientos son percusiones sin armonía y se distorsionan con la sensación en mi piel de una temperatura indescriptible.

No comprendo nada de lo que acontece, escucho unas sirenas aproximarse hacia el punto donde encontré refugio, abro los ojos y veo hombres totalmente pintados de negro de pies a cabeza, les hago señas y no me ven, comienzan a recabar un ciento de casquillos, de armas, de muestras incomprensibles. Salgo teniendo la esperanza de que me auxiliaran y todos me ignoran, soy un ser invisible, herido de mi conciencia, con un miedo horrendo, con mi serenidad atrofiada.

Ese rojo comienza a oscurecerse y escucho como las víboras de cascabel acechan, el calor es insoportable, me arrastro con sigilo y encuentro un recipiente con un líquido de dudosa procedencia, bebo desesperadamente y trato de calmarme ante violento panorama. Las serpientes me someten, me llevan a una zanja profunda y maloliente, me dejan ahí por mucho tiempo y cuando puedo desatarme y siento la libertad, me encuentro con un jardín de flores multicolores, el rojo no se percibe por ningún lugar.

Me acerco a un grupo de personas y les cuento lo que experimente, solo me ven con asombro, algunos ríen y otros siguen su camino, mientras las abejas zumban con cierta picardía. Me descubro con una vestimenta elegante como si estuviera en un lugar idóneo para no preocuparme. Los niños juegan con tranquilidad mientras mi mente me remite al rojo ardiente, al ruido indeseable y al hartazgo de no saber que fue lo que paso. Esos charcos me ponen inquieto mientras acelero mi caminar, necesito quitarme estos estorbosos zapatos y sentir la frescura de la hierba.

Después de una par de horas despierto de ese trance, vuelvo a la realidad. Solo me acompañan los rayos de la luna, comienzo a escribir en ese rincón de anécdotas, debates, ideas, vivencias y no logro establecer una explicación fiable a lo soñado. El cansancio es evidente y el sueño me vuelve a ganar dejándome en una serenidad elocuente. El amanecer es diferente, no me siento dispuesto a enfrentarme al tránsito, a las personas, a las osadías de transportarme, elijo quedarme sentado en ese sofá leyendo un par de artículos periodísticos donde la sangre es protagonista, donde los gobernantes no pisan el suelo de la tragedia, donde unos culpan a otros, donde las porras están divididas y los cambios son una mentira. La demagogia es una mancha roja y profusa, el tiempo corre y la angustia aumenta porque la lógica va imperando dejando al descubierto las promesas que no se cumplirán.

 Nadie se opone a lo que acontece, a lo que se dice y a lo que se hace. Parece que todos son muy felices, mientras ese sueño que tuve es recurrente y está alcanzando a muchos en sus madrugadas silenciosas, el egoísmo nuestro peor adversario, la estigmatización una fórmula que es contundente y divide a las posibles fuerzas. Esas veladoras que estaban encendidas alumbrando el camino se han ido apagando dejando solo algunos destellos y es así que el rojo se pronuncia en la existencia de una sociedad abandonada a la suerte de cada mañana y a la incertidumbre de las horas que le proceden, intimidando toda ilusión de mejora.

Me dispongo a salir, abro la puerta y siento el ardor de un rojo atardecer.



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