El escondite.


Te escondes en una guarida y haces las reservas necesarias para no enfrentar la naturaleza del momento, no quieres saber nada del mundo, ni de sus pequeñeces, deseas ser diminuto  para perderte entre los matorrales. Quisieras repetir diez mil veces el alfabeto y escribir en números romanos todas esas fechas que te han marcado para estar entretenido, olvidarte por un momento de lo que está pasando. Buscas esa fuerza interior que te de aliento y te haga estremecer en una solución rápida y eficaz, te mantienes suspendido en una habitación esperando que las golondrinas te traguen y así escapar por un rato del escenario de emociones intermitentes.

Las cientos de felicitaciones no te dejaron ni cien gramos de esperanza porque insistes en quedarte atrapado en la tragedia, cuando a lo lejos está un calendario renovado con un manojo de planes por realizar, con demasiadas sonrisas que ofrecer, pero no quieres arriesgarte. En aquel sitio faltara el oxígeno y es cuando tendrás que abrir la puerta para tomar un poco de los demás y es cuando sabrás que  el sol es radiante y cobijara aquella desoladora mirada que no cambia y es cuando platicaras a detalle todo lo que sucede en ese angustiante sitio de escasos metros cuadrados.

El reloj te estará vigilando para que solo cuentes lo necesario. Después te levantas y querrás regresar a la soledad, pero las posibilidades serán nulas, te quedaras en medio del bullicio y te pasmaras para interferir en el tiempo y evitar que tus pensamientos te hagan recordar lo grato que es convivir y descubrir corazones en plenitud. Aquellas razones intrigantes te harán voltear  al cielo donde las nubes tiene mensajes concretos, donde la fe no se pierde, donde lo que quieres se replica de forma extraordinaria. Las manos te sudan por el nerviosismo que se engendra en la imaginación que estaba relegada en un rincón indescriptible.

Es momento para que te abreces y no estropees nada con tus graciosas huidas, es momento de pararte frente al espejo y mencionar todo lo que está mal, valorar cada centímetro de ti, correr en medio de una playa, palpar la arena que sin querer provoca sensaciones únicas, es el momento para encarar las asquerosas molestias y pedir que se vayan. Consiéntete sin preocuparte, resuelve la complejidad con un poco de sarcasmo,  revierte toda incomodidad con un puño de honestidad. Esfúmate y no vuelvas a  pelear con los rascacielos llenos de partículas insensatas y silenciosas.

Camina por la ciudad que has construido con base a tus ideales. Tapa los baches, las coladeras, los agujeros por donde los entes sin oficio ni beneficio te espían, concertante en alcanzar la picardía que en otros tiempos te hizo un rebelde sin causa. Averigua que tan profundo es el mar y déjate revolcar por las olas hasta que tus brazos estén cansados y tus piernas no estén en condiciones. Cuando ese momento de luchas internas termine, regresa a lo habitual de un día de celebración y debate imprudente.

No existirá ya ese lugar donde puntualmente te escondías. Estarás libre de esas culpas que te inventabas, iras liviano a observar los patos que con gentileza te brindaran un recuerdo perdurable. El escondite estará invadido por una muchedumbre que se enfocara en darle vida a la sinfonía inconclusa, las palomas harán nidos, los olmos comenzaran a dar peras y quizá tú seas otro en el mismo cuerpo que ha pasado infinidad de experiencias y te darás cuenta por las cicatrices y de repente recordaras quien fuiste y un reflejo te presentara quien eres.

No tendrás escondite pero si un millar de puertas las cuales tendrás que abrir.



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