Tres horas con diecisiete minutos.

 

Ayer me llamó Agapito para contarme todas sus historias con lujo de detalle y lo escuche de forma atenta, solo asentía con la cabeza cada vez que se reía y yo me tragaba los bostezos para disimular mi interés, la verdad mi tristeza necesitaba de una grata voz y aproveche el momento para distraerme, no le entendí ni un carajo, solo capte algunas ideas, como que pronto se divorciara de Marcela, que no le fue muy bien en Japón, que dará en adopción a su loro de nombre Lorenzo, que venderá la casa de Tlaxcala, que el negocio de los helados no funciono y que ha decidido emprender una aventura a la India, que por cierto me quiere ver en las próximas semanas para dejarme unos asuntos a cargo y firmar unos acuerdos, que se marchara un año y que yo seré su único contacto en México.

Colgamos después de tres horas con diecisiete minutos, regrese a la habitación a envolverme entre la cobija de flores amarillas, me quede pensando en la intrascendencia de mi presencia para el fulano que me acaba de marcar, el solo quería ser escuchado y quiere se realicen favores, mis vísceras comienzan a arder, no se si por el prolongado ayuno o por mis reflexiones, es un desastre mi vida desde aquel jueves en donde las cosas cambiaron drásticamente y nadie sabe lo que está sucediendo con mi persona, reitero la indiferencia en el mundo es del tamaño de un elefante y aplastante como sus pisadas, ya no se si reír o llorar. No tengo idea de que es un divorcio, mi viaje mas lejano ha sido a Bruselas y  me fue de maravilla, he tenido cientos de peces que han muerto quizá porque absorben mi depresión, la única propiedad que he vendido es el departamento de mi querido Jerry que despareció al escalar el pico de Orizaba hace veinte años, era mi mejor amigo, alcahuete y de una renombrada familia española, pero rechazado por ser maricón y fue dejado a su suerte y si de negocios hablamos pues eso de vender medias hora de placer se me da, pero hace tiempo que no lo hago y pues yo no iré hasta Nueva Delhi, pero si a Cuernavaca  a visitar a la tía Rosenda que cumplirá noventa y nueve años, en esa reunión encontrare a mi primo Celestino con el que perdí mi inocencia cuando apenas yo tenia diecisiete años, vere a mi hermana Lucia y a su repugnante marido Fidel con mis adorados sobrinos Mariano y Luisa, una reunión pequeña y otra vez me presentare solo, es que es del amor no es para mí, eso de las cursilerías es una especie de arte abstracto en mi corazón,  a mis cuarenta cinco años no he perdido el encanto, pero me reservo a practicar la libertad de una forma prudente.

Le llamare a Marcela con el pretexto para que me de la receta de su lasaña y le preguntare por Agapito, espero me cuente algo interesante o explote y se desahogue contándome de la eminente separación, todavía recuerdo el día de su boda hace veintitrés años en una hacienda haya por Tequesquitengo, mucha personalidad de la política y del mundo empresarial, pues la familia de Agapito era poderosa en aquel momento en el ámbito gubernamental, pero el no lo supo aprovechar, pues sus adicciones lo llevaron a la perdición, después contrajo matrimonio, tampoco tuvo hijos, muy extraña su vida, heredo y lo despilfarro en negocios absurdos, dicen que hace poco lo vieron besando a unos de sus empleados, que el mundo gire y que sea feliz, mientras tanto me vestiré para ir a misa de siete y rezare por todos aquellos hipócritas que están en mi vida, después llegare a casa a llorar como lo hecho desde hace un par de semanas y en mis ratos de lucidez pensare que le regalare a la tía.

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